HA traído cola la noticia de que un estudiante de nombre Gabriel Plaza, que ha obtenido la mejor nota en las pruebas de Selectividad de Madrid (13,96 puntos sobre 14), haya declarado a los medios de comunicación su deseo de estudiar Filología Clásica y ser profesor de Latín, por lo visto una cosa menor y despreciable.
Ha sido por cuatro gatos de Twitter que, con mensajes y pulgares arriba que lo dicen todo de sí mismos, se han lanzado a la yugular del joven haciendo gala del ingenio habitual de quien cree poner el dedo en la llaga y al mismo tiempo meterlo en el ojo. Los argumentos de este acoso y derribo (pues el chico ha tenido que cancelar su cuenta), han sido básicamente dos, típicos y tópicos. Y aunque han salido en apoyo del estudiante muchos periodistas y escritores de renombre, como Sergio del Molino («La ambición de Gabriel»), y hasta un editorial de El País y por supuesto muchos otros internautas, damos aquí nuestra personal respuesta a los críticos de Gabriel faltos de cerebro. Estos han venido a decir, más o menos:
1. «Para cursar esa carrera solo necesitabas un cinco; has empleado mal tu tiempo; con un diez deberías aspirar a mucho más».
Es verdad que para entrar en carreras de Humanidades puede bastar un simple cinco, pero este argumento no deja de tener una cortedad de miras alucinante. En cualquier circunstancia, o por lo menos en esta de superar una prueba (el ejemplo del deporte lo entiende todo el mundo), no conformarse con lo mínimo o lo suficiente nos parece digno de elogio. El afán de hacerlo bien, para su propia satisfacción (y también, ¿por qué no decirlo?, la de sus profesores, anónimos pero esenciales en este caso), honra a este futuro estudiante y docente de Clásicas. Poco grato es, creemos, ir chapoteando en la mediocridad.
En tiempos lejanos se descubrió la escasa preparación que exhibían los aspirantes a maestros precisamente en la Comunidad de Madrid. La sociedad y los políticos se llevaron entonces las manos a la cabeza y propusieron soluciones para los futuros enseñantes: aparte lo ya exigido por Bolonia (grado de cuatro años, es decir, más tiempo de estudio que anteriormente), miraron a otras latitudes y empezaron a pensar en una mayor exigencia para ingresar en especialidades como Magisterio y en un MIR de profesores que sería la panacea. Ahora que alguien desea acceder a una carrera con intenciones de docencia no con un cinco, sino con un catorce, le reprochan que, con tal grado de excelencia, se limite a ser un simple profesor. ¿No exigían algunos que a la docencia deberían ir los mejores, para deshacer el tópico de que «el que no sabe, enseña»? Vivir para ver.
2. «Esa carrera (de filología) que has elegido no tiene salidas; acabarás en el paro o de camarero».
Si hay carreras que no tienen salida es porque la sociedad y los políticos, estos pendientes solo de los votos y de su medro personal o de partido, las rechazan tachándolas de improductivas. No producen, no generan trabajo. No están arriba en las listas de empleabilidad. Con esta mentalidad cerrada, economicista y utilitarista acerca de las salidas de determinadas especialidades (no solo Filología Clásica), cercenan la demanda y, la poca que pueda haber, la abortan. Olvidan que no son las carreras las que tienen o no salida, sino las personas concretas que con esfuerzo, talento o constancia la posibilitan.
Acerca de los estudios y sus salidas ocurren hechos sorprendentes. La carrera de Filosofía ha experimentado una notable demanda en los últimos años y una reevaluación de sus expectativas de futuro. A raíz de la polémica de estos días en torno a la Filología Clásica, alguien ha ido a los datos y nos informa de que, al menos en lo que se refiere a sueldo, está por encima de otras especialidades más llamativas.
En definitiva, elegir Clásicas es una gran opción para un estudiante excelente que prefiere la felicidad al éxito seguro.