EN los Juegos Olímpicos antiguos, dado el gran prestigio del que disfrutaba el vencedor, también se daban casos de corrupción deportiva (sobornos a los jueces, a otros atletas; vulneración de las reglas). La decadencia y corrupción de los Juegos se acentuó cuando Grecia fue invadida por otros pueblos. Bajo dominación romana llegó al colmo: cuenta Suetonio (Nero XXIV) que el emperador Nerón participó en una carrera de carros en la que salió despedido del carro, fue repuesto en él y, no pudiendo seguir, abandonó; pero aun así fue coronado igualmente.
En 393, once siglos y medio después de sus comienzos, el emperador bizantino Teodosio, que había adoptado el cristianismo como religión oficial del Estado, abolió los Juegos en tanto fiesta pagana que eran.
Otro enorme salto en el tiempo. Mil quinientos años después, en 1896, el francés Pierre de Coubertain sacó adelante el proyecto de restablecer los antiguos juegos con el mismo espíritu primitivo y normas nuevas. A nivel simbólico, irían surgiendo la llama, los anillos, el himno y el lema olímpicos. Este último, pienso, ni en francés, ni en griego, ni en inglés, sino en latín, libre de disputas lingüísticas nacionales: Citius, altius, fortius ('Más rápido, más alto, más fuerte'), ideal para ser inscrito al menos en el reverso de las medallas olímpicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario