14 de julio de 2020

La tumba de Virgilio en Nápoles

QUIEN quiera visitar la tumba de Virgilio en Nápoles deberá tomar el metro a Mergellina, línea 2. Al salir de la estación dejará a mano derecha la iglesia de Santa Maria di Piedigrotta y, tras unos cincuenta metros de subida, alcanzará la entrada al Parco Vergiliano a Piedigrotta. (No debe confundirse con el Parco Virgiliano en Posilipo, como le ocurrió a quien esto escribe; parque, por lo demás, digno asimismo de una visita para al menos contemplar desde su altura las vistas al golfo de Nápoles; aquel atardecer no recordamos si eran visibles en la lejanía las islas de Procida e Isquia). En el parque, han querido cultivar plantas y árboles que Virgilio menciona en sus poemas. Unos azulejos dan información pertinente sobre la hiedra, el mirto, el haya y otras plantas virgilianas, de su significado y de los pasajes de las obras en que aparecen. Del haya (Fagus silvatica L.), por ejemplo, se nos dice que simboliza la paz y el bienestar, como se ve en la bucólica II, 3-4: Tantum inter densas, umbrosa cacumina, fagos adsidue veniebat. Las densas hayas sobre las cumbres umbrosas son un lugar de refugio para el enamorado Coridón y no un mero paisaje idílico de fondo.

Volviendo al parque, es un recinto breve que va ascendiendo, y el visitante mientras sube se aleja del tráfico y de los trenes de Mergellina que pasan allá abajo perfectamente audibles. Antes de llegar a la tumba de Virgilio, doblando curvas y recodos, podrá ver la tumba de Leopardi, pues la historia ha querido que ambos poetas compartan el mismo entorno vegetal. Y al final, en la cima, el sepulcro que la tradición dice ser de Virgilio, no otra cosa que un columbario romano en forma de cilindro, en cuyo interior han puesto un caldero-trípode en el que la gente, por propia iniciativa, deposita hojas sueltas con el particular sentimiento que el poeta les concita, como de un libro de visitas se tratara. Parvo homenaje.

Virgilio murió en Brindis de regreso precipitado de un viaje a Grecia y Asia Menor que habría de servirle para finalizar la EneidaDonato, autor del s. IV de una Vita Vergiliana (basada en Suetonio), dice que los huesos de Virgilio fueron trasladados a Nápoles, donde fueron sepultados en la via Puteolana ("el camino a Pozzuoli") en la segunda milla. Aunque no hay confirmación arqueológica de este dato, se ha querido dar por hecho desde los tiempos de Estacio y Silio Itálico, admiradores y preservadores de la memoria del poeta, y desde el Renacimiento, cuando los humanistas Petrarca y Boccaccio visitan el mausoleo. A este lugar, además, le acompaña una tradición de cultos esotéricos vinculados a la fama medieval de mago y profeta de Virgilio, surgida de la lectura alegórica de la bucólica IV y del libro VI de la Eneida, donde Eneas acude a la sibila de Cumas para conocer su destino. Quién sabe si por esto han colocado allí el trípode, el asiento desde el que la Pitia délfica emitía sus oráculos.

Es cierto que se hace el silencio allá arriba, lejos de las vibraciones de los trenes. Quien se acerca aquí no es turista, sino, como en la Antigüedad, peregrino virgiliano. Es el primero de los lugares de cultura clásica elegidos por el escritor y poeta César Antonio Molina "donde se calma el dolor", que da título y encabeza su personal libro de viajes. Pausylipon significa en griego 'cesación del dolor' (o de la tristeza de ánimo). Sus páginas están cargadas de cultura, sabiduría y maestría literaria bien mezcladas. A su lado, cualquier otro acercamiento a este emblemático lugar palidece.

Posillipo (Nápoles)
César Antonio Molina, Lugares donde se calma el dolor, Barcelona 2009 (Destino)

6 de julio de 2020

Corazón de Ulises

HA pasado mucho tiempo desde que anunciamos que comentaríamos en este blog el libro de Javier Reverte Corazón de Ulises. Un viaje griego, libro de 1999 que conjuga a la perfección la cultura clásica de la Grecia antigua con los restos que quedan de ella en la Grecia actual, aunando el pasado y el presente de la cultura helena en un solo volumen.

Ahora que los ramalazos del coronavirus convierten el viaje en una actividad de riesgo sacamos del cajón aquellas líneas que teníamos empezadas sobre el libro de Reverte y las concluimos. El conocido viajero y escritor hizo un viaje más o menos circular a una Grecia anterior al euro y, claro está, a la crisis financiera de 2008 que sumió al país heleno en una profunda depresión económica. En ese viaje, que le llevó también a Turquía y a Egipto, Reverte no pasó por Olimpia ni Epidauro en el Peloponeso. La estructura del libro es la misma que en otras ocasiones: alternar la experiencia viajera con la erudición de manual sobre la historia del país visitado.

Vathy (Ítaca)_Jeff O'Reilly_Flickr
No seguiremos el recorrido del libro, sino que nos centraremos en tres constantes que, a nuestro modo de ver, recorren este Corazón de Ulises: el turismo, la literatura y los tipos humanos. Y podríamos añadir una más: las decepciones.

El turismo. El viajero Reverte se ve inmerso en riadas de turistas cuando llega a los enclaves fundamentales de la Grecia clásica, incluso a lugares de importancia menor. Y constata que donde no hay turismo es porque no hay nada que merezca la pena. En Mileto, por ejemplo, solo hay una decena de visitantes, y es porque en Mileto apenas quedan restos de la que fue cuna de la civilización griega.

Reverte nos recuerda que Micenas es un sitio muy pequeño y que hay que abrirse paso a codazos para contemplar a gusto la Puerta de los Leones. En Éfeso, se topa con una avalancha de turistas y, después de hacerse una idea aproximada de cómo fue aquella ciudad, decide salir de allí en busca ingenua del río de Heráclito. A sus indicaciones, un taxista escéptico le lleva hasta un arroyo de aguas sucias y malolientes. "El río de Heráclito no es ahora más que una imponente riada de turistas", había dicho el escritor en la página 163.

Javier Reverte no es, pues, otra cosa que un turista más, y sobre el turismo reflexiona en un par de páginas sinceras (pp. 63-65). 
         

La literatura. Para Reverte, el viaje cobra su sentido más auténtico cuando parte de la literatura, idea con la que estamos plenamente de acuerdo. "Solo el libro vale el viaje", se ha dicho alguna vez. Y viaje literario como ninguno es el viaje a Grecia, que se alimenta nada menos que de Homero, de los tragediógrafos, de los filósofos y de líricos como Safo y Píndaro; en definitiva, de los comienzos de la literatura occidental. 

Pero nuestro hombre sigue también los pasos de grandes escritores contemporáneos que nacieron, vivieron, visitaron y escribieron sobre Grecia. Escritores tan señalados como Byron, Kavafis, Hemingway, Durrell, Miller..., convenientemente leídos y citados. Y, si puede, se hospeda en los mismos hoteles –hoteles literarios– que ellos, para atrapar e imbuirse del espíritu de los grandes de la Literatura.

Los tipos humanos. El viajero solitario se cruza con infinidad de tipos humanos que sienten curiosidad por él, tipos singulares que "dan sentido al viaje" (p. 317). El dueño de la pensión en Vathy (Ítaca), el matrimonio y su hija en el restaurante, la típica pareja de novios en el barco, los taberneros, taxistas, guías turísticos, barberos, gente que se sienta a su lado en el autobús, que le pide un cigarrillo, que le pregunta al pie de la Acrópolis de dónde es. Personajes de un día o de varios, que le cuentan su vida o a los que no duda en mentir sobre su origen y presencia allí si son antipáticos. El viaje queda en el recuerdo por los tipos que el escritor conoció y fijó para siempre en su libro.

Las decepciones. En busca del alma griega el viajero sufre inevitables decepciones. No pocas, la verdad. Ciudades bonitas en realidad solo ha visto Alexandrópolis, Tesalónica y Nauplia (p. 307). Desde luego Atenas no, cuya entrada en tren desde Tebas resulta horripilante. No comparte Reverte el arrobamiento que sintieron Durrell y Miller en Festos; y a diferencia de este último, lo que sintió en Eleusis fue decepción. Muchos lugares antiguos son ya simples nombres de lo que ocurrió allí, sin vestigios que puedan siquiera recrear físicamente la Antigüedad, y por lo tanto hoy ya simples ecos de transmisión cultural.


Como en el río de Heráclito, en el que uno no puede bañarse dos veces en el mismo punto, el viaje (y el libro) que hace el viajero auténtico es único e irrepetible, un instante en el tiempo. Y como en el poema "Ítaca" de Kavafis, debe desearse que sea largo y colmado de experiencias. Como lo es este libro de Javier Reverte, que contiene geografía, historia, literatura y mitología clásicas, que es sobre todo un homenaje desde el corazón a Grecia y a la Odisea, la obra que una vez le hizo ser escritor y viajero.