6 de agosto de 2022

Elegir Clásicas

HA traído cola la noticia de que un estudiante de nombre Gabriel Plaza, que ha obtenido la mejor nota en las pruebas de Selectividad de Madrid (13,96 puntos sobre 14), haya declarado a los medios de comunicación su deseo de estudiar Filología Clásica y ser profesor de Latín, por lo visto una cosa menor y despreciable.

Ha sido por cuatro gatos de Twitter que, con mensajes y pulgares arriba que lo dicen todo de sí mismos, se han lanzado a la yugular del joven haciendo gala del ingenio habitual de quien cree poner el dedo en la llaga y al mismo tiempo meterlo en el ojo. Los argumentos de este acoso y derribo (pues el chico ha tenido que cancelar su cuenta), han sido básicamente dos, típicos y tópicos. Y aunque han salido en apoyo del estudiante muchos periodistas y escritores de renombre, como Sergio del Molino («La ambición de Gabriel»), y hasta un editorial de El País y por supuesto muchos otros internautas, damos aquí nuestra personal respuesta a los críticos de Gabriel faltos de cerebro. Estos han venido a decir, más o menos:

1. «Para cursar esa carrera solo necesitabas un cinco; has empleado mal tu tiempo; con un diez deberías aspirar a mucho más». 

Es verdad que para entrar en carreras de Humanidades puede bastar un simple cinco, pero este argumento no deja de tener una cortedad de miras alucinante. En cualquier circunstancia, o por lo menos en esta de superar una prueba (el ejemplo del deporte lo entiende todo el mundo), no conformarse con lo mínimo o lo suficiente nos parece digno de elogio. El afán de hacerlo bien, para su propia satisfacción (y también, ¿por qué no decirlo?, la de sus profesores, anónimos pero esenciales en este caso), honra a este futuro estudiante y docente de Clásicas. Poco grato es, creemos, ir chapoteando en la mediocridad.

En tiempos lejanos se descubrió la escasa preparación que exhibían los aspirantes a maestros precisamente en la Comunidad de Madrid. La sociedad y los políticos se llevaron entonces las manos a la cabeza y propusieron soluciones para los futuros enseñantes: aparte lo ya exigido por Bolonia (grado de cuatro años, es decir, más tiempo de estudio que anteriormente), miraron a otras latitudes y empezaron a pensar en una mayor exigencia para ingresar en especialidades como Magisterio y en un MIR de profesores que sería la panacea. Ahora que alguien desea acceder a una carrera con intenciones de docencia no con un cinco, sino con un catorce, le reprochan que, con tal grado de excelencia, se limite a ser un simple profesor. ¿No exigían algunos que a la docencia deberían ir los mejores, para deshacer el tópico de que «el que no sabe, enseña»? Vivir para ver.

                                                   La felicidad preferible al éxito seguro

2. «Esa carrera (de filología) que has elegido no tiene salidas; acabarás en el paro o de camarero». 

Si hay carreras que no tienen salida es porque la sociedad y los políticos, estos pendientes solo de los votos y de su medro personal o de partido, las rechazan tachándolas de improductivas. No producen, no generan trabajo. No están arriba en las listas de empleabilidad. Con esta mentalidad cerrada, economicista y utilitarista acerca de las salidas de determinadas especialidades (no solo Filología Clásica), cercenan la demanda y, la poca que pueda haber, la abortan. Olvidan que no son las carreras las que tienen o no salida, sino las personas concretas que con esfuerzo, talento o constancia la posibilitan.

Acerca de los estudios y sus salidas ocurren hechos sorprendentes. La carrera de Filosofía ha experimentado una notable demanda en los últimos años y una reevaluación de sus expectativas de futuro. A raíz de la polémica de estos días en torno a la Filología Clásica, alguien ha ido a los datos y nos informa de que, al menos en lo que se refiere a sueldo, está por encima de otras especialidades más llamativas. 

En definitiva, elegir Clásicas es una gran opción para un estudiante excelente que prefiere la felicidad al éxito seguro. 

   

13 de abril de 2022

Una larga lucha (sin final)

UNA nueva ley educativa está completando sus pasos, la LOMLOE, llamada "ley Celáa", la octava de la democracia. Antes ha habido otras siete leyes y, para dejar en ellas su nebulosa impronta, veinte ministros y ministras cuyo nombre, olvidado ya pero consultable en la Wikipedia por quien quiera, ha quedado vinculado para siempre al calamitoso sistema educativo español. 

Ninguno de esos nombres alcanzará el reconocimiento en su campo que tuvo el no hace mucho fallecido Francisco Rodríguez Adrados (1922-2020) en la defensa del estudio del Latín, el Griego y la Cultura Clásica en la enseñanza secundaria. Quien fue el helenista más importante de España y profesor de Instituto durante quince años y de Universidad, además de desarrollar una inabarcable actividad investigadora y docente, dedicaba mucho tiempo a entrevistarse con las autoridades ministeriales de turno para intentar salvar la situación cada vez más precaria en que caían las lenguas clásicas en el Bachillerato con cada nueva ley educativa.
 

Rodríguez Adrados batalló contra la deriva política y pedagógica desde las páginas de los periodicos, en artículos luego recogidos, hasta 2002, en el libro Humanidades y enseñanza. Una larga lucha. Extraemos ahora algunas ideas, sin apostillas por nuestra parte, de este libro, en realidad ya antiguo, en su larga lucha en favor de las Humanidades, en favor de todos nosotros, a veces como vox clamantis in deserto. Lo que sigue es una relación sincrónica de los frentes abiertos, vigentes hasta hoy mismo, después de veinte años, de los estudios clásicos frente a la Administración educativa. 

Las lenguas clásicas en el Bachillerato. La decadencia del bachillerato se aprecia en la progresiva reducción de cursos, hasta llegar al actual de dos años. Un "mini-bachillerato" de dos años no es homologable en Europa, no se da en parte alguna, salvo en Suecia. No se pueden proponer años de facilidad y luego, abruptamente, un Bachillerato especializado de dos años (p. 69). 
 
La decadencia continúa con la eliminación o reducción drásticas de las materias consideradas "difíciles", entre ellas muy singularmente las lenguas clásicas, que, junto con la Literatura, la Historia y la Filosofía, son materias humanísticas. La lengua española que se estudia no es sino un instrumento para la vida corriente, sin mayor relación con la literatura y la cultura. ¿Qué historia del español u otras lenguas románicas –se pregunta Adrados– va a hacerse sin las lenguas clásicas? Sin embargo, entran en el currículum de las enseñanzas medias asignaturas (Economía, Sociología, Psicología, Pedagogía), que han sido siempre disciplinas universitarias. "Mientras no se cree un Bachillerato de cuatro años ni las Humanidades Clásicas ni lo demás tienen futuro" (p. 185). El descenso de las Humanidades en la Enseñanza Media es, pues, un síntoma de la decadencia de ésta.

La Universidad. La Universidad está en conexión con las enseñanzas medias: si en estas el nivel de exigencia y de estudio de las lenguas clásicas desciende hasta lo impensable, se pregunta Adrados qué sentido tiene formar ampliamente a los alumnos universitarios. 

La facultad de Filología la han constituido siempre las lenguas clásicas y las modernas. Pero ahora se asiste a su fragmentación en numerosas facultades, a las que se añaden titulaciones como la llamada "de Humanidades"; piensa Adrados que las Universidades crearon demasiadas secciones de Filología Clásica, así es que muchas están en declive, con escasos alumnos (p. 235).
 
La importancia del latín y el griego. Muchas veces el defender la importancia de las lenguas y culturas clásicas requiere poner ejemplos que la Administración sea capaz de entender, caiga en la cuenta del error y rectifique en el tratamiento de estas asignaturas en los planes de estudio. 

De Grecia provienen los conceptos de Ciencia, Democracia, Enseñanza para todos y el vocabulario científico en general. "Fueron los griegos los que inventaron el término cosmopolita, 'ciudadano del mundo'. Fueron los romanos los que dieron el modelo de toda organización supranacional, de toda comunidad entre las más varias naciones", señala el profesor Adrados, para quien el latín es una disciplina relacionada con todas las Humanidades, materia central de la cultura y tan universal que ha llegado a Rubén, Unamuno, Altolaguirre, Cernuda, Gil Albert, Lorca, Miguel Hernández, Pérez de Ayala, Baroja (su Zalacaín tiene temas de la Ilíada). "Sin el Humanismo clásico no se comprenderían el Renacimiento, la actitud del hombre europeo ante América, la Revolución Francesa, la misma idea de Europa" (p. 123). Colón no hubiera descubierto América si no hubiera sabido latín, afirma Adrados (p. 73). 

El valor universal de los estudios clásicos queda recogido en este párrafo: "Las Humanidades Clásicas no son sólo para unos pocos especialistas, son también para los cultivadores del Derecho, la Historia, la Filosofía, la Sociología, el Periodismo, Ciencias de la Información, Políticas, la Literatura. Y, en la medida que sea, las Ciencias: su espíritu es griego y su vocabulario sigue siendo, en lo esencial, griego y latino" (p. 187).

Defensa social de las Humanidades. Las lenguas clásicas han estado necesitadas de apoyos y adhesiones. Adrados consigna el 'Congreso de la Unión Latina' de 1990 del que se hizo eco El País, diario muy significado a la hora de defender el latín (editorial de 24-IV-1985); o el 'Manifiesto por las Lenguas Clásicas' de 1997, de gran acogida entre personalidades de letras ajenas al gremio de los latinistas, que en esos momentos de tribulación para las clásicas escribían en la prensa artículos de recuerdo y elogio del latín, lo que lleva a decir a Adrados: "Está mucho menos muerto de lo que se decía: mueve pasiones" (p. 50). 
 
Políticos y pedagogos. El político no lee mucha literatura, dice Adrados; y es ante él ante quien hay que esgrimir los argumentos ("alguien ha de hacer la tarea", p. 133) que salven la posición o aminoren el recorte al latín y el griego en los planes de estudio de los diferentes gobiernos. Aparecen a lo largo de estos artículos nombres de ministros, partidos políticos y posturas ideológicas: la retórica pedagogizante y antihumanística de los pedagogos, las promesas de Javier Solana, el gobierno del Partido Popular que se limitó a gestionar la anterior legislación (p. 160). Con las Autonomías llegó la desnacionalización de la enseñanza (p. 41) y el ascenso de diecisiete "ministros" de educación ("Los ministros van a más y los maestros a menos, pese a las etimologías", p. 133).     

Auge de traducciones clásicas. El panorama educativo para el latín, el griego y la cultura clásica es desalentador. Pero, paradójicamente, sucede todo lo contrario en el mundo editorial y del público lector. Las traducciones al español de los clásicos se han renovado a lo largo de los últimos años, tanto que toda editorial de divulgación de conocimientos generales que se precie tiene en su catálogo una colección de clásicos grecolatinos. El Tucídides que Adrados tradujera en 1952-1955, por ejemplo, se puede conseguir en otras varias traducciones más aparecidas recientemente en poco tiempo.