HOY hace un lustro nos dejaba uno de los grandes escritores en lengua castellana, Gabriel García Márquez (1927-2014), figura indiscutible de la literatura española y universal del siglo XX.
La cultura clásica y el latín no fueron ajenos al Nobel colombiano, como vamos a exponer a vuelapluma en las siguientes líneas que para este momento hemos decidido completar.
En Memoria de mis putas tristes (2004), el nonagenario protagonista sin nombre había sido «maestro de gramática castellana y latín» y consideraba el latín su lengua madre. Se entiende así que cite a Cicerón, aunque no en latín, y busque una máxima, sin hallarla, en César y en las obras de sus biógrafos antiguos y modernos (Suetonio y Carcopino). En un rincón de su biblioteca, el anciano atesora una colección de clásicos griegos y latinos, que se niega a vender cuando alguien le ofrece comprársela.
Esta colección del anciano personaje de Memoria puede tener su referente real en la biblioteca del erudito Gustavo Ibarra Merlano, que García Márquez conoció en Cartagena de Indias y cuyos libros utilizó cuando daba sus primeros pasos como periodista. «Tenía
ediciones de los clásicos griegos, latinos y españoles tan bien tratadas que no
parecían leídas, pero los márgenes de las páginas estaban garrapateados de
notas sabias, algunas en latín», recuerda García Márquez en Vivir para contarla.
Al futuro escritor que desdeñaba los clásicos grecolatinos, salvo la Odisea, porque le parecían "aburridos e inútiles", Ibarra le advirtió: «Podrás llegar a ser un buen escritor, pero nunca serás muy bueno si no conoces bien a los clásicos griegos». Y acto seguido le puso en las manos las tragedias de Sófocles, que García Márquez leyó como una auténtica revelación: «Edipo rey se me reveló en la primera lectura como la obra perfecta».
Crónica de una muerte anunciada (1981) cumple esta aspiración del escritor de lograr una estructura tan redonda como la de Edipo rey. La Crónica está presidida por el fatum o destino ineluctable al que está sometido el héroe trágico, un concepto esencial de la tragedia griega. El destino del protagonista, Santiago Nasar, le es dado a conocer al lector desde la primera línea de la novela, produciendo en él el mismo efecto que la tragedia griega en sus primitivos espectadores, que conocían de antemano –innovaciones aparte– el destino de cualquier personaje mitológico llevado a la escena. Hay que añadir que el Edipo rey será también la base del guion que Gabo hiciera para la película Edipo Alcalde (1996).
Pero Sófocles estaba ya presente en la primera –y extraordinaria– novela del escritor colombiano, La hojarasca (1955). Allí se partía de una cita de Antígona, clave del argumento y el tema esencialmente sofocleos del individuo enfrentado a la sociedad. El coronel protagonista desafía los intentos de la comunidad de Macondo de malograr el digno entierro de un médico asocial y posiblemente criminal. Escribe García Márquez, en Vivir para contarla, que fue Ibarra quien, tras leer el borrador, le dijo que lo que en esa novela subyacía era el mito de Antígona, y que a raíz de ello, entre feliz y desilusionado por parecerse a Sófocles, hizo algunos cambios e incorporó la cita introductoria.
Pero Sófocles estaba ya presente en la primera –y extraordinaria– novela del escritor colombiano, La hojarasca (1955). Allí se partía de una cita de Antígona, clave del argumento y el tema esencialmente sofocleos del individuo enfrentado a la sociedad. El coronel protagonista desafía los intentos de la comunidad de Macondo de malograr el digno entierro de un médico asocial y posiblemente criminal. Escribe García Márquez, en Vivir para contarla, que fue Ibarra quien, tras leer el borrador, le dijo que lo que en esa novela subyacía era el mito de Antígona, y que a raíz de ello, entre feliz y desilusionado por parecerse a Sófocles, hizo algunos cambios e incorporó la cita introductoria.
En El amor en los tiempos del cólera (1985) no hay influencia confesa ni lectura directa de los clásicos grecolatinos, como en el caso de Sófocles, sino solo asimilación a través de la novela de folletín, a la que el escritor rinde homenaje. Junto a esta, El amor condensa, como ha sido señalado por los estudiosos, diversas influencias culturales –el melodrama, el culebrón, el bolero, la tradición decimonónica francesa, la parodia de la novela rosa–; y, en medio de ellas, son evidentes tópicos de la novela griega y de la elegía amorosa latina, entre los que se pueden enumerar el pacto de amor (foedus amoris), los síntomas de amor (signa amoris), el flechazo a través de los ojos, la esclavitud amorosa (servitium amoris), la locura de amor (insania o furor amoris), la amada como diosa, el amor y muerte, los regalos de amor (obsequia amoris), todos ellos característicos de la poesía helenística y la elegía amorosa latina y dispersos por las páginas de esta gran novela de García Márquez.
Como ejemplo de uno de esos tópicos podemos poner el de 'las señales o síntomas de amor', que fueron descritos en la Antigüedad por Safo y Catulo en sendos poemas y que en García Márquez encontramos modificados en versión Caribe:
Cuando Florentino Ariza la vio por primera vez, su madre lo había descubierto desde antes de que él se lo contara, porque perdió el habla y el apetito y se pasaba las noches en claro dando vueltas en la cama. Pero cuando empezó a esperar la respuesta a su primera carta, la ansiedad se le complicó con cagantinas y vómitos verdes, perdió el sentido de la orientación y sufría desmayos repentinos, y su madre se aterrorizó porque su estado no se parecía a los desórdenes del amor sino a los estragos del cólera. [...] Tenía el pulso tenue, la respiración arenosa y los sudores pálidos de los moribundos. (pp. 97-98).
En su encuentro con el padre Cayetano Delaura, bibliotecario de la diócesis y eventualmente exorcista, Abrenuncio se fija en la pureza del latín de la que el cura hace gala cuando conversan, Abrenuncio en su estilo propio, Cayetano en latín clásico: «'Es de una perfección absoluta', dijo asombrado. '¿De dónde es?'. 'De Ávila', dijo Delaura. 'Pues más meritorio aún', dijo Abrenuncio».
Este Abrenuncio, que lee francés (ya se ha visto su dominio del latín), pero «además griego, inglés, italiano, portugués y un poco de alemán», nos parece hecho de la misma pasta que el Aureliano Buendía de Cien años de soledad, que «además del sánscrito, había aprendido el inglés y el francés, y algo del latín y del griego».
Hemos ido retrocediendo en el tiempo hasta llegar finalmente a los Cien años de soledad (1967), la novela que encumbró a García Márquez al Olimpo de la literatura universal. En boca del fundador de Macondo, José Arcadio Buendía, perdida ya la razón, oímos la explicación que da en latín de por qué levita el padre Nicanor Reyna al tomar chocolate:
—Hoc est simplicissimum —dijo José Arcadio Buendía—. Homo iste statum quartum materiae invenit.
El padre Nicanor levantó la mano y las cuatro patas de la silla se posaron en tierra al mismo tiempo.
—Nego —dijo—. Factum hoc existentiam Dei probat sine dubio.
Fue así como se supo que era latín la endiablada jerga de José Arcadio Buendía.
Latín en el Caribe, como si esta lengua fuera la más cercana a lo maravilloso, al llamado realismo mágico, idónea para curas y acólitos preconciliares que ofician la misa siempre en latín o, como hace el doctor Juvenal Urbino en El amor en los tiempos del cólera, para enseñar a un loro a responder y citar pasajes del Evangelio según San Mateo.
En Vivir para contarla (2002), Gabo recuerda sus sempiternos problemas con la ortografía. Una vez escribió exhuberante en un discurso y recibió la oportuna corrección por parte del rector del liceo (así se explica que tiempo después en Zapatecas quisiera jubilar la ortografía). Los conocimientos de latín parecen limitarse en Gabo, según confiesa, a sus años de monaguillo en Aracataca, lo que no significa que su prosa caribeña no esté trufada de cultismos puros y duros; en Memoria de mis putas tristes, su última novela, leemos 'honorar', 'sólito', 'tusar', 'disturbar', 'diferendo', 'ineluctable', 'obnubilado', 'frémito'…, cultismos que brillan con luz propia que no recordamos haber hallado en su temprana La hojarasca. Podría ser interesante estudiar la evolución léxica del cultismo desde las primeras a las últimas obras del fabulador colombiano. En Del amor, por ejemplo, aparece 'insulto' como inusitado latinismo semántico («los insultos de la rabia», se dice allí), lo que podría ser un hápax en toda su producción literaria. Aunque estudiar todo esto quizá no nos conduzca a ninguna parte.
Tragedia griega, elegía amorosa latina, personajes imbuidos en latín, cultismos refulgentes. Cuatro aspectos en los que el conocimiento del mundo clásico es asumido y patente en Gabriel García Márquez.
Memoria de mis putas tristes, Madrid 2004, Mondadori
Vivir para contarla, Madrid 2004, Debolsillo, pp. 359-360, 294
Del amor y otros demonios, Barcelona 1995, Círculo de Lectores, pp. 28, 41, 42, 45, 48, 154, 155.
Cien años de soledad, Madrid 1984, Cátedra, p. 159.
No hay comentarios:
Publicar un comentario