EL teatro romano de Mérida (en otro tiempo Emerita Augusta) ha acogido una nueva representación del Julio César de Shakespeare, dirigida por el escenógrafo Paco Azorín e interpretada por Mario Gas (Julio César), Sergio Peris-Mencheta (Marco Antonio) y Tristán Ulloa (Bruto), dentro del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, edición de 2013.
Se trata de una adaptación a los tiempos actuales. Los personajes no visten togas, sino uniformes militares gris marengo de estética inequívocamente fascista. Vemos en el escenario sillas de madera en lugar de asientos curules, y una pantalla gigante al fondo en la que escrutar los rostros de los actores en primeros planos. De esta novedosa guisa, con la pérdida de la iconografía clásica, vuelve por enésima vez a escena la inmortal tragedia shakespeariana.
Nosotros, sin embargo, echamos de menos las togas pretextas, los cívicos calcei romanos e incluso el flequillo en la frente de los actores para estar seguros, como decía Barthes del Julio César de Mankiewicz, de estar realmente en la antigua Roma, a la que tan sabiamente nos transportó el genio de Shakespeare.
Pero, en fin, bienvenido sea también este interesante montaje.
Julio César contiene dos piezas maestras de la oratoria de todos los tiempos: los discursos de Bruto y de Marco Antonio, que nuestra memoria cinematográfica, que podemos refrescar en cualquier momento, a diferencia del teatro, nos trae en las actuaciones memorables de dos grandes actores míticos, James Mason y Marlon Brando, en el mencionado Julio César de Joseph L. Mankiewicz, de 1953.
Pero, ¿nos sirve la elocuencia shakespeariana (moldeada según los cánones estéticos de la poesía inglesa del Renacimiento) para hacernos una idea de cómo fue la oratoria romana antigua, la que practicaron los verdaderos Bruto, Antonio y Cicerón?
Pensamos que sí.
El discurso de Bruto creado por Shakespeare es deliberativo: breve, lacónico, sincero, creíble y convincente, presidido por el logos. El de Antonio, laudatorio y mucho más variado en recursos retóricos: despliega ironía, histrionismo, demagogia, pathos, hasta conseguir arrastrar a la muchedumbre, que acaba invadida por la emoción.
Pensamos que sí.
El discurso de Bruto creado por Shakespeare es deliberativo: breve, lacónico, sincero, creíble y convincente, presidido por el logos. El de Antonio, laudatorio y mucho más variado en recursos retóricos: despliega ironía, histrionismo, demagogia, pathos, hasta conseguir arrastrar a la muchedumbre, que acaba invadida por la emoción.
En el original inglés, el discurso de Bruto está escrito en prosa; el de Antonio, en verso suelto no rimado. Es importante la traducción española, que ha de ser elocuente, y la de Ángel-Luis Pujante lo es para esta representación de Paco Azorín; aunque nosotros preferimos, a pesar de sus defectos, la que realizara Luis Astrana Marín allá por 1921, por su estilo ampuloso y su fuerza retórica («...igual que he muerto a mi mejor amigo por la salvación de Roma, tengo el mismo puñal para mí propio cuando plazca a mi patria necesitar mi muerte»), pensando, ilusoriamente, que Shakespeare escribía así.
En Mérida, las últimas noches del mes de julio, los espectadores han aplaudido esta moderna adaptación de Julio César, que vuelve de nuevo a la escena entre nosotros.
Me dejaría conmover si fuese como vosotros... |
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