PONERSE el seudónimo de 'Caius Apicius' para firmar en los periódicos como crítico y erudito gastronómico es toda una declaración de principios (cultura, erudición, divulgación de calidad). Caius Apicius es el seudónimo que adoptó Cristino Álvarez (La Coruña, 1947) para dicha labor, y ya vemos que las iniciales del nombre del personaje coinciden con las de la persona.
Apicios hubo varios en la Antigüedad. El más famoso, Marco Gavio Apicio, vivió en tiempos de Tiberio. Por lo que nos cuentan Plinio, Séneca y otros, derrochó su inmenso patrimonio en comer por todo lo alto. Llevó su glotonería al máximo, al extremo de viajar a lejanos países en busca de pescados más grandes y más sabrosos. Al ver reducido su capital a «sólo» diez millones de sestercios, temiendo caer en la miseria y no poder satisfacer su gula en el futuro, se suicidó ingiriendo veneno en un banquete. Con estos antecedentes, más bien ficticios, no es de extrañar que se le haya asignado a él in toto el libro de recetas más antiguo que se conserva de gastronomía romana, De re coquinaria. Se trata, sin embargo, de una recopilación de recetas de distintas épocas y procedencias, y quizá sólo sean de Apicio las que se refieren a las salsas. Estas recetas antiguas inspiran a los gastrónomos modernos.
Hablando precisamente de glotonería, Caius Apicius —el actual, el nuestro— menciona en un artículo provisto de erudición clásica la voracidad bestial de dos emperadores romanos, Heliogábalo y Vitelio, a propósito del desayuno pantagruélico que dos tipos entrados en años devoraban en un Parador de Turismo. El periodista gastronómico no debe limitarse a degustar un plato, sino a transmitir por escrito el mismo placer o sensación que tuvo como comensal o como espectador, cosa que Caius Apicius consigue.
Heliogábalo, Vitelio..., horribles emperadores polifágicos. A ellos podemos añadirles Maximino, que se bebió en un solo día un ánfora capitolina y comía cuarenta libras de carne o incluso sesenta (Historia Augusta XIX, 4, 1). Y Clodio Albino, que se comió en ayunas quinientos higos-pasas, cien melocotones de Campania, diez melones de Ostia, veinte libras de uvas de Labico, cien papafigos y cuatrocientas ostras (Ibid., XII 11, 2-3). Ahí es nada.
1 ánfora capitolina = 26,2 litros | 1 libra = 327,45 g | papafigo: pájaro que come higos
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