5 de febrero de 2025

'Gladiator II' / La historia se repite

DE la mano de Ridley Scott (n. 1937), aquel Gladiator del año 2000 salió indemne de los errores históricos cometidos y de las inevitables pifias de rodaje y se convirtió en un clásico del péplum (dicho sea en sentido amplio) cuarenta años después del Espartaco de Kubrick. Fue, de hecho, el primer péplum de la era digital en el cine, cuyo éxito abrió las puertas a otras películas de un género que había caído en el olvido: recordemos la infamante Troya (W. Peterson), el estimable Alejandro Magno (O. Stone) y la hiperrealista La pasión de Cristo (M. Gibson), todas ellas de 2004. Scott tiene acreditadas a día de hoy como director 27 películas, de las cuales los usuarios de filmaffinity.com/es consideran notables unas ocho, no pocas, siendo precisamente su Gladiator la tercera mejor valorada. 


En Gladiator (El gladiador), el "sueño de Roma" del emperador Marco Aurelio, según la ficción ideada por David Franzoni, era restaurar la República. Para ello, retorció unos cuantos hechos históricos. Marco Aurelio elevó como coemperador a Lucio Vero, como él hijo adoptivo de Antonino Pío y al que dio en matrimonio a su hija Lucila; ausente físicamente en Gladiator, Vero es un recuerdo de Lucila viuda y del supuesto hijo de ambos (Lucio Vero II, podríamos decir). La idea de, por primera vez, codirigir el imperio dos emperadores recuerda a los dos cónsules que se repartían el poder colegiadamente en la época republicana, de ahí que el sueño de Marco Aurelio pueda ser creíble sobre el papel, salvo que en la realidad asoció al poder a su hijo Cómodo en 177 y, pese a las reticencias que tenía sobre él, no le sustituyó por nadie moralmente superior. Marco Aurelio, por tanto, no tuvo intención de volver a las instituciones republicanas ni, por otra parte, fue asesinado por Cómodo para éste poder heredar el imperio, como veíamos en la película, sino que murió en Vindobona (Viena) en 180 afectado por la peste. A quien sí mandó dar muerte Cómodo fue a su hermana Lucila, involucrada en una conspiración contra él. Pero Lucila debe sobrevivir, como único personaje femenino de la película, para dar réplica al ficticio general Máximo. Cómodo, por último, no murió combatiendo en la arena, sino envenenado y estrangulado: como el veneno no acababa con él, hubo que pedir ayuda a un atleta con el que el emperador solía entrenarse, para que lo estrangulara.
 
Este Gladiator II (mas, ¿por qué continuar aquella historia ya cerrada con la muerte del protagonista?, ¿y por qué tantos años después?, se pregunta uno ingenuamente; y, al parecer, hay una tercera parte en proyecto), este Gladiator II, decíamos, ha venido precedido de una gran expectación (hype la llaman algunos) desde la difusión en internet, meses antes del estreno, del primer tráiler, a rebufo del cual los periódicos digitales se lanzaron a informar de gladiadores, emperadores chiflados y naumaquias, tiburones y rinocerontes, al precio de un simple click. El estreno, finalmente, ha supuesto una división de opiniones, tanto entre los espectadores rasos como entre los expertos en historia antigua.
 
Lo cierto es que Gladiator II repite el mismo esquema argumental que su antecesora: un regreso, una venganza y el sueño de Roma de Marco Aurelio, solo que una generación después. Entre la muerte de Cómodo y el reinado de Geta y Caracalla han transcurrido veinte años y las cosas en Roma siguen mal, por lo que hay que hacer un nuevo intento de librarse del despotismo paranoico de los emperadores, como ante una segunda oportunidad, con situaciones, escenarios y personajes equivalentes tras una serie de desdoblamientos. En este sentido Gladiator II es una secuela y al mismo tiempo una película paralela, casi un remake, de la primera. Así tenemos que el general Marco Acacio asume la misma —doble— función que en Gladiator cumplían Marco Aurelio y Máximo; Geta y Caracalla, que Cómodo; Ravi, que Cicerón y Juba; Lucio Vero, que Máximo (pues en este caso lo esencial de Máximo está repartido entre Acacio y Lucio Vero, convertidos en enemigos). Macrino hace el papel del lanista Próximo y el suyo propio. Mantienen sus propios papeles Lucila, ahora casada con Acacio, y el senador Graco, con el mismo espíritu idealista de antaño. Pero el guion, cuanto más va separándose del original, más disparatado se vuelve. E igualmente sucede con los hechos históricos, de nuevo lejos de la realidad.
 
 
Las frases que pronuncian estos nuevos y viejos personajes, cuando no son casi las mismas, son muy parecidas a las que escuchamos en el primer Gladiator. Se vuelve a sacar punta al estilo sentencioso que pretendidamente caracteriza a la Antigüedad clásica y que le sienta tan bien. Lucio Vero, por ejemplo, anima a los gladiadores de su cuadrilla con la misma ironía que Máximo a sus tropas, pero se permite el lujo de espetar al emperador Caracalla unos versos de la Eneida alusivos a lo fácil que es entrar en el Averno —basta con morir— y lo difícil que es salir de él —imposible, salvo para héroes como Heracles—. Versos muy oportunos y premonitorios, también para Macrino. Un caramelo cultureta de los guionistas para seducir a los espectadores más entendidos, que los pueden poner en relación con las imágenes oníricas de Lucio desesperado en la laguna Estigia al principio de la película. Versos que estaban escritos (¡pero en inglés!) en el cuarto del joven Lucio, delatando su formación literaria. Sin embargo, Lucio no se sorprende ante el lema inexplicablemente erróneo, Virtus et honore, frente a la pared honorífica de gladiadores muertos, y nosotros tampoco, después de ver en su tablilla escolar la frase emblemática de su admirado Máximo Décimo Meridio en un latín poco correcto o incompleto: Quae in vita agimus ea aeternitate (que, en inglés, preside también la sepultura del general gladiador).

 
Puesto que el argumento aporta pocas novedades, nos queda esperar ver grandes escenas de batallas y combates de gladiadores (también paralelos a las del primer Gladiator). No nos sentimos defraudados, y de nuevo hay que rendirse a la maestría de Scott creando escenarios espectaculares, magníficamente ambientados. La invasión por la flota romana de una ciudad de Numidia (en realidad, provincia romana hacía más de dos siglos), los combates contra animales exóticos (simios infernales, un rinoceronte ¡de dos cuernos!), la naumaquia de los tiburones, etcétera, son munera (regalos) que se suceden bien dosificados a lo largo de todo el filme. La estética de la película (colores, decorados, localizaciones, atmósferas) es más vistosa, más recargada (todos los planos están llenos de objetos) que la del Gladiator de 2000, errores aparte.

A propósito de algunos espectáculos que refleja Gladiator II, hay que recordar que naumaquias ofrecieron muchos emperadores, dentro del Coliseo o fuera de él, en lagos naturales o creados al efecto; Augusto hizo representar la batalla de Salamina en un lago cerca del Tíber (en la película, esta misma batalla enfrenta a... troyanos contra persas). Nerón dio una naumaquia "en la que se vieron monstruos marinos nadando en agua del mar", escribe Suetonio. Tiburones no pudieron ser, pues habitan mares tropicales, pero acaso orcas sí. Plinio relata el caso de una orca que quedó varada en el puerto de Ostia y hasta allí fue el emperador Claudio a acabar con ella con métodos militares. El rinoceronte, señala Plinio, fue visto por los romanos en los juegos de Pompeyo; y en el campo de Marte en época de Augusto, señala de nuevo Suetonio. Hablando de animales exóticos en Roma, César trajo para sus juegos circenses un camelopardalis, es decir, una jirafa. En Gladiator, el empresario de gladiadores Próximo se quejaba a su proveedor (traficante, sin duda) de dos jirafas que no se apareaban.   
 
En conclusión, la trama de Gladiator II está muy poco elaborada y se sostiene básicamente sobre su predecesora; la puesta en escena, en cambio, es brillante y entretenida.
 
Gladiator II (2024) 
Gladiator (El gladiador) (2000)  
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Virgilio, Eneida VI 126-129 
Suetonio, Nerón XII (monstruos marinos), Augusto XLIII (rinoceronte)
Plinio, Historia natural IX 14 (orca), VIII 70 (rinoceronte), 69 (camelopardalis)
 

28 de enero de 2025

Defensor incansable del latín

CUALQUIER adjetivo con el que queramos calificar a Arturo Pérez-Reverte en este blog va a resultar siempre redundante, uno más del rosario de términos relacionados con la extraordinaria libertad de expresión que ejerce el escritor, situada en las antípodas de lo políticamente correcto imperante en nuestros días y vinculada con lo que los antiguos griegos llamaban parresía, para él patente de corso

En muchas ocasiones Pérez-Reverte ha reivindicado en sus airados artículos el latín (la cultura clásica), enfrentándose a los políticos y pedagogos ignorantes con aspiraciones de erradicarlo o arrinconarlo en los planes de estudio de la enseñanza media y superior. He aquí una relación de estos artículos, que pueden seguramente encontrarse libremente en https://www.zendalibros.com/: 
 
  • "Una virtud romana" (XLSemanal, 17-01-2025) 
  • "Más latín y menos imbéciles" (XLSemanal12-07-2020) 
  • "Demasiado lejos de Troya" (XLSemanal, 24-09-2017) 
  • "El adiós de Héctor" (XLSemanal, 01-11-2015) 
  • "La profesora de Arte" (XLSemanal25-07-2011)
  • "Permitidme tutearos, imbéciles" (El Semanal, 23-12-2007) 
  • "Retorno a Troya" (El Semanal, 28-03-2004) 
  • "Carta a María" (El Semanal, 19-11-2000) 
  • "Los yankis, el latín y Maripili" (El Semanal, 29-01-1995) 
 
Entre todos ellos, traemos a nuestra antología de textos elogiosos del latín "Retorno a Troya", donde el escritor nos transmite las profundas resonancias literarias a la hora de traducir un verso del libro II de la Eneida de Virgilio (Nox atra cava circumvolat umbra, II 360), la repercusión en su memoria del estudio de un solo verso, acompañada del recuerdo de su profesor y los apuntes, en un momento irrepetible e irrecuperable de la enseñanza media en España.
 
RETORNO A TROYA
 
Nox atra cava circumvolat umbra. Me despierto con esas palabras en la cabeza, como un soniquete. Latín, claro. Son viejas conocidas. Me ducho repitiéndolas. Nox atra cava, etcétera. Don Antonio Gil, mi profesor del asunto, me las hizo traducir hace más de treinta años: "La noche negra nos rodea con su envolvente sombra". Cojo la toalla. De pronto me detengo, mirando en el espejo el careto de un fulano que ya en nada se parece al muchacho que traducía a Virgilio. "Envolvente" por cava suena raro: "envolvente sombra". ¿Es posible que lo recuerde mal? ¿O que la traducción que hice entonces no fuera buena? Nox atra cava circumvolat umbra. Toda la vida recordándolo así, y ahora dudo. Siempre fue mi fragmento favorito, el verso 360, cuando Eneas y sus compañeros, sabiendo que Troya está perdida, deciden morir peleando; y como lobos desesperados caminan hacia el centro de la ciudad en llamas, no sin que antes Eneas pronuncie ese Una salus victis, nullam sperar[e] salutem que tanto marcaría mi vida, mi trabajo, las novelas que aún no sabía que iba a escribir: "La única salvación para los vencidos es no esperar salvación alguna". 

Cava umbra. El enigma me anima el día. Con los dedos hormigueantes voy a la biblioteca, donde el viejo diccionario Spes, maltrecho pero fiel, me recuerda que cavo, transitivo de la primera, significa cavar, vaciar, ahuecar, horadar, ahondar. Envolver, ni por el forro. Estoy perplejo. Don Antonio Gil —tres años de latín en el instituto después de que me expulsaran de los maristas— era un catedrático joven y comprensivo, pero también muy riguroso. Nunca me habría dejado pasar una alegría, pienso. ¿Y si toda mi vida lo he recordado mal? Consulto otras traducciones. La que tengo más a mano simplifica: "rodeados por las tinieblas de la noche". No me vale. Recurramos al canon. Acudo a los estantes de la biblioteca clásica Gredos. Volumen 166. Lo abro: "La negra noche vuela en derredor ciñéndonos en su cóncava sombra". Recristo, me digo. Doctores tiene la materia, pero lo de "volar en derredor" suena pretencioso, libérrimo e inexacto. Aunque lo de "cóncava", la verdad, es más literal que "envolvente". Sólo literal, ojo. Pues lo cóncavo, si estás dentro, envuelve. Y vista la cosa desde la perspectiva de los guerreros troyanos que se disponen a morir en la oscuridad de la noche, que ésta sea cóncava o convexa se la debe de traer a cada uno de ellos bastante floja. Lo que se ven es envueltos, claro. La imagen  no es casual. Caminan envueltos en la noche negra de sus vidas y su ciudad, hacia la muerte. 


Me voy a la parte menos accesible de la biblioteca, desempolvo cajas, pilas de viejos libros desencuadernados y hechos polvo. Y al fin me alzo con el botín: mi Ilíada, mi Odisea y mi Eneida anotadas. "A. P-R. Preu. Letras". Abro el Virgilio: Arma virumque cano. Cuánto tiempo, pardiez. Cuántos años y cuántas cosas. Con emocionada melancolía paso los dedos por las líneas de los hexámetros virgilianos con mis trazos a lápiz marcando cada dáctilo, espondeo y cesura, y con la traducción anotada a bolígrafo junto a cada verso. Y ahí está, en el libro II. Nox atra cava circumvolat umbra: "La noche negra nos rodea con su envolvente sombra". No hay duda. En aquel curso 1968-69, don Antonio Gil dio por bueno el envoltorio que dispuse para los guerreros troyanos. Sonrío, evocador. Luego recuerdo el título de un ensayo de don Manuel Alvar: La lengua como libertad. Sonrío más y me recuesto en la silla, pensando que tengo el privilegio de poseer una lengua, la española, que es una herramienta eficaz y maravillosa. Y qué profunda —envolvente y cóncava—, concluyo, es la deuda con quienes me ayudaron a conocer sus nobilísimas claves y a utilizarla, antes de que ministros y psicólogos imbéciles pasaran a cuchillo la formación de los jóvenes, confundiendo renovación con igualitarismo educativo —igualitario por abajo— y desmemoria. 

Y así estoy, sentado con Virgilio, cuando regresa mi hija de clase, ve el libro y charlamos un rato sobre aqueos, troyanos y peligrosos caballos de madera con soldados cubiertos de bronce ocultos en su vientre. Mi vástaga estudia Historia y Arqueología, pero en su facultad —tiene intríngulis la cosa— no puede estudiar latín ni griego. Debe apañarse con lo que pudo estudiar en el colegio y buscarse la vida por su cuenta. Ya lo definió Virgilio, claro: Nox atra cava circumvolat umbra. A todos.

Hijos de puta, pienso, cerrando la Eneida. Hijos de la gran puta.   
                                         
                                                             
 Arturo PÉREZ REVERTE
 El Semanal, 28-03-2004


Federico Barocci, Eneas saliendo de Troya, 1598