LOS primeros relatos —no ficticios— de Apuntes del natural (2007), del director y guionista cinematográfico Mario Camus (1935-2021), se remontan a la infancia y adolescencia del autor, los primeros años de 1940 en un pequeño pueblo de apenas treinta casas, Vernejo, al lado de Cabezón de la Sal, en la provincia de Santander.
Su escritura no ofrece alardes literarios, ya que a lo que aspira es a reflejar con sencillez y cierta intriga, mediante breves narraciones, algunos recuerdos de aquella lejana época.
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Antonio López Torres: Niños jugando a las bolas (1946) |
Siempre me gusta oír el latín. El hermano Gregorio suele leer durante la clase párrafos de La guerra de las Galias y fragmentos de los discursos de Cicerón. El cura que dice la misa diaria en el colegio, se vuelve hacia nosotros y canta sin alzar demasiado la voz: Credo in unum Deo... [sic] El sonido, el cuidado que requiere cada palabra, su música, el significado que adivinas muy próximo aunque la mayoría de las veces no lo entiendas, y el tono claro y siempre ceremonioso que se emplea al leerlo lo hacen especialmente atractivo.
Así comienza el relato (p. 29) en el que el latín del colegio no sólo sirve para traducir a César o Cicerón o para rezar, sino también para comunicarse como lingua franca entre un viejo profesor inglés y el cura del pueblo. En la estación de trenes de Cabezón, un grupo de escolares ingleses que ha llegado para acampar en Comillas es objeto de la curiosidad de la gente. La idea de entenderse en latín en esa parte del mundo es ocurrencia del profesor inglés, que pide con un dibujo buscar al cura del pueblo.
Resuelto ya el problema de comunicación, en el recuerdo de este episodio oímos la puntilla de uno de los alumnos más aventajados de la clase: «Locus aestiva castra... Se veía venir...».
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Mario Camus, Apuntes del natural (2007)