10 de agosto de 2012

Lluvia de Perseidas

EL cielo está habitado por mitos. Mitos clásicos la mayoría de ellos. La astronomía y la astrología, su pariente pseudocientífica, han recurrido desde la noche de los tiempos a nombres de personajes de la mitología clásica. Planetas, satélites, constelaciones, signos del zodiaco llevan el nombre de dioses, héroes y otros seres fantásticos.

Entre julio y agosto (en agosto, especialmente los días 10, 11 y 12) se puede observar en el cielo la caída de las famosas Perseidas, una «lluvia de estrellas» procedente de la constelación de Perseo.


Perseo era hijo de Zeus y de la princesa de Argos Dánae. Para seducir a ésta, Zeus se transformó en lluvia de oro, medio por el cual pudo penetrar en la cámara de bronce donde había sido encerrada por su padre Acrisio con el fin de que ningún descendiente suyo pudiera destronarlo.

Con la ayuda de un espejo y una cimitarra que le dieron Atenea y Hermes, Perseo decapitó a la gorgona Medusa, que convertía en piedra todo aquello que miraba. Con ella petrificó al titán Atlas, convertido en la cordillera que lleva su nombre en el NO de África. Luego Perseo llegó a Etiopía, donde liberó a la princesa Andrómeda, que, encadenada a una roca, debía ser el alimento de un monstruo marino enviado por Posidón para castigar a la madre de la doncella, Casiopea, que se había jactado de ser más hermosa que las Nereidas. Perseo derrotó al monstruo y se casó con Andrómeda. 


En el hemisferio norte, vecinas de la constelación de Perseo están la de Casiopea (que forma una W) y la de Andrómeda; también Cefeo (esposo de Casiopea) y Pegaso (el caballo alado que nació de la sangre de Medusa). La estrella más conocida de Perseo es Algol, donde los astrónomos localizan el foco de meteoritos que a simple vista pueden verse desplazarse en el cielo con asombrosa rapidez.


Las Perseidas reciben también el nombre de «lágrimas de San Lorenzo»; pero esa, también, es otra historia.

3 de agosto de 2012

'Citius, altius, fortius'

EN los Juegos Olímpicos antiguos, dado el gran prestigio del que disfrutaba el vencedor, también se daban casos de corrupción deportiva (sobornos a los jueces, a otros atletas; vulneración de las reglas). La decadencia y corrupción de los Juegos se acentuó cuando Grecia fue invadida por otros pueblos. Bajo dominación romana llegó al colmo: cuenta Suetonio (Nero XXIV) que el emperador Nerón participó en una carrera de carros en la que salió despedido del carro, fue repuesto en él y, no pudiendo seguir, abandonó; pero aun así fue coronado igualmente. 

En 393, once siglos y medio después de sus comienzos, el emperador bizantino Teodosio, que había adoptado el cristianismo como religión oficial del Estado, abolió los Juegos en tanto fiesta pagana que eran. 

Otro enorme salto en el tiempo. Mil quinientos años después, en 1896, el francés Pierre de Coubertain sacó adelante el proyecto de restablecer los antiguos juegos con el mismo espíritu primitivo y normas nuevas. A nivel simbólico, irían surgiendo la llama, los anillos, el himno y el lema olímpicos. Este último, pienso, ni en francés, ni en griego, ni en inglés, sino en latín, libre de disputas lingüísticas nacionales: Citius, altius, fortius ('Más rápido, más alto, más fuerte'), ideal para ser inscrito al menos en el reverso de las medallas olímpicas.



1 de agosto de 2012

Los Juegos Olímpicos de la Antigüedad

SEAMOS oportunistas y recordemos a la masa insciente o esquiva de la cultura clásica que los Juegos Olímpicos nacieron en la Antigua Grecia en 776 a. C. Se celebraban cada cuatro años (período de tiempo denominado 'olimpiada') en pleno verano, en Olimpia, ciudad de la Élide, región situada al NO del Peloponeso, y en otros lugares de la geografía griega. 

Tenían carácter panhelénico (es decir, participaban todos los Estados de Grecia) y un trasfondo religioso. En Olimpia había un santuario con templos dedicados a Zeus y Hera, gimnasio, palestra, estadio (que recibe el nombre de la prueba que en él se celebraba) y otros edificios, cuyos restos se visitan hoy día en el recinto arqueológico de Olimpia. A Olimpia peregrinaban los representantes de todas las ciudades griegas amparados por una tregua sagrada, y llevaban tesoros a los dioses. Los Juegos no eran sólo atléticos, sino también poéticos y musicales. 

En principio sólo se corría el stadion (carrera de 192 metros: velocidad). Con el tiempo se incorporaron el diaulos (2 estadios: media distancia), el dolichos (24 estadios: larga distancia) y el pentathlon (cinco pruebas eliminatorias: estadio, salto de longitud, lanzamiento de disco, lanzamiento de jabalina y lucha). Disciplinas de combate fueron la lucha, convertida en disciplina independiente, el pugilato (boxeo) y el pancracio (suma de las dos anteriores y, por lo tanto, la más brutal). También se practicaron carreras con armas y carreras de cuadrigas y de caballos. El certamen pasó a durar cinco días en lugar de uno.


Participaban en los Juegos los hombres libres, ninguna mujer; aficionados, no profesionales; desnudos. Un jurado vigilaba y castigaba severamente las infracciones. No pensaban en batir récords; sólo en vencer, imbuidos por el espíritu competitivo que se llama agonal, esencial de la mentalidad griega, que les llevaba a luchar en todas las facetas de la vida: en concursos de teatro, en los tribunales de justicia, en la guerra.

Los vencedores recibían como premio una corona de olivo (o de laurel, o de apio, según el lugar), un banquete, una estatua, lujos y honores de por vida. Pero, sobre todo, la gloria de ser ensalzados por poetas como Píndaro (siglos VI/V a. C.), que engrandeció en sus epinicios (odas triunfales) a muchos campeones. La victoria carecía de valor si no la cantaba un poeta. La poesía, mucho más que la escultura, otorgaba la inmortalidad al vencedor (Nemea V 1-6):
<< No soy escultor como para modelar estatuas que se alcen en su pedestal para quedar inmóviles. ¡Ponte pues en camino a bordo de un mercante cualquiera o en un barco de vela, dulce canto, desde Egina, para proclamar que el hijo de Lampón, el prepotente Piteas, ganó la corona del pancracio en los juegos de Nemea, cuando no se mostraba aún en su barbilla esa sazón que cría la tierna pelusa de la uva! >>